viernes, 27 de septiembre de 2024

Nöthin' but a good time (reseña del documental)



Es el añorado Kevin DuBrow, cantante de Quiet Riot (banda de la que se incluyen imágenes tocando con Randy Rhoads), quien indica en el primer capítulo del documental que «el heavy metal tuvo su momento, pero luego llegó el hair metal que ofrecía algo distinto».


Para resumir, podríamos decir que fue la reacción de la ciudad de Los Angeles a la invasión de bandas británicas que destilaban el metal más clásico. La vida era una fiesta allá a mediados de los 80 y con Mötley Crüe y Quiet Riot comenzó una etapa en la que las pelucas, el maquillaje, las drogas, el alcohol y las groupies campaban por sus respetos sin ningún tipo de límite. Me llama poderosamente la atención que no se nombre, al menos como influencia, a Ace Frehley, padre putativo, a sus discos en solitario me remito, de todos estos grupos en cuanto a música y actitud.

Ratt, Poison, Dokken (que está inmenso al reconocer lo ridículos que eran sus videoclips), Warrant, WASP, Skid Row, Extreme, Kix, LA Guns y Guns n' Roses se sumaron a la corriente cada uno aportando algo totalmente distinto. Tanto fue así que las bandas de rock y metal con años de andadura (Iron Maiden, Judas Priest y Kiss entre otras) terminaron metiendo sintetizadores en sus canciones e intentaron adaptarse a una corriente sonora que perdió su interés en cuanto Kurt Cobain comenzó a triunfar.

De hecho, el mismo año que se editó Nevermind también se publicó Painkiller y comenzó una corriente en el metal bastante más dura. El documental es casi una hagiografía repleta de anécdotas de distintas bandas como los Gunners. Aunque se agradece la participación de Alan Niven y McGhee, ambos representantes de los grupos más punteros, no es menos cierto que los músicos que aparecen (Bret Michales y Tracii Guns entre otros como un Steven Adler totalmente destruido) siguen pensando que aquello fue una fiesta y no una verdadera ruina para sus vidas. En el camino se quedaron muchos debido a los excesos, como reconoce el propio Alan Niven que es el único en subrayar que la fiesta fue demasiado cara para los que murieron, en lo musical apenas sigue siendo valioso el primero disco de Guns n' Roses, y en lo estético pues qué te voy a contar que no sepas ya. 

Los tres capítulos están muy bien estructurados, comentan de manera parcial el movimiento y se pueden considerar casi un testimonio histórico de una etapa que no volverá, pero que revolucionó el rock a su manera. Recomendable.

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