Exceptuando que no tocase "Philby", un clásico, el resto del repertorio es un agradable paseo por todas las vertientes que el de Ballyshannon ejecutaba a la perfección: blues, temas acústicos y rock con toda la potencia que su Stratocaster le permitía.
Muy bien de voz, con una banda superlativa y con la elegancia que siempre le caracterizó, Gallagher confirma, 33 años después, que no era tanto un guitarrista más como un tipo que se revolcó por el rock y por el blues como le apetecía. El tono de su voz, su forma de tocar la guitarra y el respeto a los clásicos son solo tres de los elementos que mejor le definían.
Escuchar el disco es un viaje en el tiempo que confirma que cualquier tiempo pasado fue mejor y que, desgraciadamente, hay que esperar demasiado para ir a un concierto de un artista que tenga tan claro que tras el artificio y el resplandor lo único que debe predominar es la buena música.
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